domingo, 19 de diciembre de 2010

Nuestros favoritos de 2010

No están todos los que son, pero sí son todos los que están. Los hemos seleccionado buscando variedad de formatos, géneros y temática, buscando entresacar aquellos que de otra forma quedarían escondidos y olvidados en las estanterías. Uno cada mes, a veces con un poco de retraso.
Puedes leer las pequeñas reseñas que les hemos dedicado en la página web de nuestra librería: El Bosque de la Maga Colibrí, en la sección "Libro del mes".

Aquí os dejo un resumen de los del 2010:

Enero: Coser para los más pequeños es fácil"de Lotta Jansdotter. Barbara Fiore Editora.
Febrero: La fábrica de nubes de Arianne Faber. Editorial A buen paso.
Marzo: Un libro en tamaño real, de Jorge Doneiger. Ed. Océano Travesía.
Abril: Hansel y Gretel, con texto de los hermanos Grimm e ilustraciones de Matotti. Libros del Zorro Rojo.
Mayo: Cuatro hermanas, una novela de Jetta Carlton. Libros del Asteroide
Junio: Delante de mi casa, un álbum de Marianne Dubuc. Editorial Juventud
Julio: Dibujo para artistas por descubrir, de Quentin Blake. Editorial Catapulta.
Agosto: Al final. Silvia Nanclares. Ilustraciones de Miguel Brieva. Editorial Kokinos.
Septiembre: La noche de la visita, de Benoit Jacques. Editorial A buen paso.
Octubre: Cuando Findus era pequeño y desapareció. Seven Nordqvist. Flamboyant.
Noviembre: El mundo en un segundo. Isabel Minhos y Bernardo Carvalho. Editorial Intermón.
Diciembre: Faltan 10 minutos para dormir. Peggy Rathman. Editorial Ekaré.

lunes, 13 de diciembre de 2010

El regreso de Vampir

Le echábamos de menos. Mucho. Tres años sin tenerle en nuestra sección de cómic, sin poder recomendar sus divertidas aventuras, han sido demasiados.

Ya no es el mismo, es cierto: Vampir se ha cambiado el nombre y ahora se llama "Pequeño vampiro". Ha cambiado también de traductor y hasta de editorial. Pero vuelve a estar entre nosotros, y eso es lo que importa.

Queríamos recibirle como se merece, presentároslo como es debido. Así que no hemos dudado en pedirle a una de sus mayores fans, Beatriz Sanjuan, que haga los honores:

"Con Vampir fue amor a primera vista. Lo llevé al parque y las niñas lo rodearon con esa expresión entre curiosa y discreta con que se miran los juguetes que están a punto de quitarte por “inadecuados”. Lo llevé al colegio, como él quería, y todos prepararon un lugar en su mochila para que les acompañara a casa. Le han inventado recetas, paraguas, peluches… Vampir sobrevuela parques y colegios con apariencia modesta, pero allá donde aparece, triunfa.

Ah. ¿Tú preguntas quién es Vampir? Yo, en tu lugar, lo buscaría en la biblioteca que te quede más cerca y me uniría al club de fans. No importa la edad que tengas. Total, él como buen vampiro te lleva siglos de delantera. Claro que será eternamente pequeño, pero por fortuna su creador, Joann Sfar, no es de los que piensan que pequeño es sinónimo de simple, edulcorado y limitado. Tanto los textos como los dibujos de Sfar están dispuestos en todo momento a ser honrados: a incluir esa palabra precisa, ese trazo o perspectiva exactos, y, sobre todo, esas emociones y preguntas implacables que los niños reclaman como herramientas para aprender la vida.

Porque de vida se trata, paradójicamente. Este mundo de muertos y monstruos que tan atractivo resulta para los pequeños de la casa (a algo tenían que aferrarse después del lavado y perfumado al que han sido sometidos los cuentos tradicionales a partir de Disney) está lleno de humanidad y comprensión de buena ley. El lector se siente entre amigos, con derecho a declarar o escuchar cosas tan íntimas como las creencias, los sueños o la culpa, en un estilo directo y sencillo que no les resta ni un ápice de valor, pero sí la pedantería con que los mayores revestimos habitualmente lo profundo.

Creo que aún no lo he mencionado: Vampir es un personaje de cómic, género que con frecuencia también es infravalorado por los adultos. La aparente facilidad de su lectura lo convierte en un “mal menor” al que acudir cuando nuestros hijos son perezosos a la hora de encarar títulos de “mayor longitud y prestigio”. Sin embargo los aficionados coinciden en dar una respuesta más madura: Las historietas siempre se releen. Y en cada momento nos fijamos en una nueva faceta, realizamos humildes interpretaciones, y transitamos pequeñas dudas que nos mantienen creciendo.

Por favor, llevad a Vampir al colegio. Descubriréis que merece la pena."

Beatriz Sanjuan, bruja especialista en literatura infantil de TresBrujas.

"Pequeño vampiro va a la escuela" y "Pequeño vampiro hace kung-fu". Joann Sfar. Océano Travesía, 2010.

lunes, 8 de noviembre de 2010

libros inmortales

Abandonar un blog supone ciertos problemas: cuesta volver a encontrar el tiempo, el tono, aquello que queremos contar. No voy a deciros que me propongo volver a la rutina cotidiana de escritura, porque sé que este estrés de vida de librera con múltiples quehaceres no me lo va a permitir.
Sé que uno se imagina que el trabajo en una librería es pausado y amable. Que cuando piensa en abrir cajas con libros recién llegados se imagina al librero oliendo el delicioso olor de un ejemplar nuevo. Lo sé porque a mí me pasaba hasta que me hice librera. Es un trabajo apasionante, que te permite conocer a gente interesante, disfrutar de libros maravillosos y vivir rodeada de ellos. Pero la tranquilidad, créanme, brilla por su ausencia.

Hoy decidí retomar el blog porque me sentía llena de cosas que contar. Han llegado últimamente libros deliciosos que quería compartir. Muchos de ellos, títulos descatalogados que algunos editores valientes se han atrevido -ya era hora- a rescatar. Y que siguen totalmente vigentes.

Empezaré por los recién llegados: La editorial Flamboyant ha recuperado, entre otras cosas, varios títulos del sueco Sven Nordqvist: Pettson va de acampada, Cuando Findus era pequeño y desapareció y ¿Dónde está mi hermana?, con ilustraciones que invitan a recorrerlas infinitamente, buscando detalles extravagantes y disparatados.

El Jinete Azul se ha propuesto rescatar joyas de la literatura infantil española que habían quedado olvidadas. Ya tenemos con nosotros de nuevo dos clásicos del álbum ilustrado: Historia de un erizo, de Asun Balzola, y Yo las quería, de María Martínez i Vendrell, ilustrado por Carme Solé Vendrell.

Hay otros que llevan más tiempo entre nosotros, y que me hacen feliz estando en las estanterías de la librería: Las aventuras de la familia Melops y Los tres bandidos, de Tomi Ungerer; cualquiera de los libros de Arnold Lobel. Otros de los que echamos de menos su traducción original: Nadarín o La rebelión de las lavanderas (publicado en la actualidad con el título Las lavanderas locas por la editorial Océano). Y algunos autores imprescindibles e inmortales que nunca han dejado de editarse: Roald Dahl, Gianni Rodari o Christine Nöstlinger.
Seguro que todavía quedan muchos que nos gustaría volver a encontrar en las librerías. Yo tengo mi favorito de cuando era niña: "El paquete parlante" de Gerald Durrell.
¿Cuál es el vuestro?

domingo, 22 de agosto de 2010

Astro-ratón y Bombillita

Ya habíamos hablado de este cómic. Pero desde luego, Tino lo presenta muchísimo mejor.

martes, 10 de agosto de 2010

missed connections

Sophie Blackall es, además de una fantástica ilustradora, un ser absolutamente encantador, lleno de energía y creatividad.
Hace algo más de un año comenzó un proyecto personal apasionante, para explorar otro tipo de ilustración, algo alejada de lo infantil.
Se trata de un blog llamado Missed connections (que se puede traducir como "desencuentros"). Sophie vive en Nueva York. En esta ciudad, en algunos periódicos, existe una sección en la que aquellas personas que han tenido instantes fugaces de encuentro, que se han cruzado con alguien que les ha llamado la atención, con quien han intercambiado miradas, palabras... pero no han tenido el valor de hacer nada al respecto, dejan mensajes para intentar volver a encontrarse. Sophie elige uno de esos mensajes una vez a la semana, y lo ilustra. El resultado podéis encontrarlo pinchando en la ilustración:


jueves, 15 de julio de 2010

Los pop-ups de David Carter

Se puede decir que no soy una gran fan de los libros con solapas, ventanitas y técnicas de pop-up. Los habituales de la librería probablemente se habrán dado cuenta en seguida. En general, siento que estos libros están más cerca del juego que del libro, y a veces incluso llegan a interferir en la lectura de la historia, como ocurre, por ejemplo, en la versión pop-up de "El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza", donde los niños están tan interesados en manipular las solapas que ni siquiera se ríen.
Ahora bien, hay unas cuantas excepciones. Entre ellas se encuentran Popville, de Anouk Boisrobert y Louis Rigaud, publicado este año por Kókinos. La versión de El principito de Salamandra, con el texto íntegro (lo cual agradezco enormemente), cuya primera edición se agotó nada más salir. Y la versión de El mago de Oz de Sabuda, publicada por Kókinos, junto con Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan (que me gustan bastante menos).
Entre las excepciones destacan también los libros de David Carter, verdaderas arquitecturas en papel que invitan al juego: El punto rojo, El 2 azul, 600 puntos negros, Cuadrado amarillo y el increíble Los elementos del pop-up, que te explica paso a paso todas las técnicas que utiliza en la realización de sus obras.
El autor nos presenta en este vídeo todos sus libros, incluido el último que aún no está publicado. (Aunque no entendáis inglés, es tan visual y expresivo que merece la pena verlo)

The Pop-Up Artist from Manny Crisostomo on Vimeo.

martes, 15 de junio de 2010

Tim Knol - When I Am King (HD) from SubmarineChannel on Vimeo.

Una preciosa miniatura elaborada analógicamente (cinco horas de trabajo de media por segundo) a través pirografía y stop-motion. Su autor es Sverre Fredriksen, un noruego afincado en Amsterdam. La canción es del autor holandés Tim Knol.

martes, 25 de mayo de 2010

cajas

Me gustan las cajas. Las he tenido de todos los tamaños y colores; forradas de papel, de plástico o de tela. En ellas, residen trozos de mi vida: mechones de pelo, entradas de cine, fotos, versos, cartas amarillentas... Las guardo, casi todas, en casa de mi madre. Cuando necesito mirar hacia atrás, o reflexionar sobre el pasado, las saco y contemplo todos esos objetos que algún día significaron algo para mí, que en la mayoría de los casos he olvidado.

También me gustan las cajas de artista: en ellas guardan sus pequeños universos. Algunas me gustan tanto, que alguna vez deseé vivir allí. Creo que podría pasarme horas mirando al horizonte frente a la ventana de esta caja de Cornell, Toward Blue Peninsula.

La semana pasada recibí en la librería un libro nuevo: Kassunguilá, de Monique Zepeda, editado por Fondo de Cultura Económica. Ya lo había visto en la Feria de Bolonia, pero entonces, un poco saturada con tanta belleza, preferí esperar a tenerlo en la tranquilidad de mi espacio, bajo la nube.




Llevaba días dormitando a mi lado. No me cansaba de contemplarlo, de acariciar sus páginas, sin atreverme a sumergirme.
Anoche probé a mojar la punta del pie, y ya no pude resistirme. Ahora me asomo a cada rato a los complejos universos que componen sus ilustraciones: cajas habitadas por el pez protagonista, cajas que cambian como cambia nuestra percepción del mundo cuando nos dejamos llevar por los estado de ánimo, por las mareas de las emociones que flotan en el ambiente, de los acontecimientos que estallan a nuestro alrededor. Cajas que contienen el mundo exterior e infinitos mundos interiores.


Y así, llevo días navegando, yo que siempre preferí contemplar el mar desde la orilla. Porque leer Kassunguilá es como viajar en una caja multicolor, mecida por el mar poético del texto, preguntándonos si queremos llegar a Ítaca, o si la magia reside en prolongar el camino.

(Reseña publicada en la revista Educación y Biblioteca, en Septiembre-Octubre 2009)

jueves, 15 de abril de 2010

Diógenes

Vale, lo reconozco. Este libro tenía todos los ingredientes para que me gustase.


Primero, el título. Un título que me pareció extraño para un libro de literatura infantil. Más aún cuando descubrí que era el nombre del protagonista. ¿Un niño que se llama Diógenes? Menos mal que todo cobra sentido cuando se empieza a leer; él y toda su familia sufren su particular versión del síndrome de Diógenes: guardan todo lo que encuentran.

Lo que nos lleva a un segundo ingrediente: mi propio complejo de Diógenes, sobradamente conocido por todos los que me rodean, heredado además por mi hijo. Y es que tengo tendencia a guardar todo lo que me encuentro, todo lo que me recuerda a un momento de mi vida que no quiero olvidar (desde la entrada de una película que me emocionó hasta una ramita recogida en el parque la primera vez que lloré por un chico). Guardo todas las cartas que he recibido desde los quince años (las anteriores no, pero sólo porque mi madre las tiró en la mudanza). También guardo trozos de papel, de cuerda, de cartulina, de tela, todos los envoltorios de los regalos de navidad, piedras, conchas... porque sospecho que alguna vez, en algún momento, me van a servir. Para comprobarlo basta con pasar por el espacio de taller de la librería. Menos mal que cuento con Olalla, que de vez en cuando hace limpieza a mi pesar. Porque todo Diógenes necesita a alguien como mi madre o como Olalla, que ponga límites, que si no...

...Si no, pasa como en la familia del protagonista de este libro. Cada uno junta, colecciona, acumula, lo que da origen a una serie de relatos encadenados, anécdotas repletas de ese humor de Pablo Albo que tanto me hizo reír en Melena.

Y así llegamos al tercer ingrediente. No sé si es Pablo Albo o el humor de Pablo Albo. El caso es que yo, que tengo fama de tener un sentido del humor escaso o particular, me río a carcajadas con sus historias.

Así que lo reconozco, me encanta este libro. No lo puedo explicar mejor. Quizás tampoco haga falta. Ocurre, y yo lo disfruto y lo comparto.
Diógenes. Pablo Albo. il. Pablo Auladell. Ed. Kalandraka, 2010

sábado, 10 de abril de 2010

Samare


Samare

Sylvia Filus | Vídeos musicales MySpace


Un delicioso corto de uno de mis ilustradores favoritos: Nicolai Troshinsky

domingo, 7 de marzo de 2010

Cirque Dejà Vu: circo en el teatro

A veces necesitamos espejos para poder vernos.
Un espejo puede ser un trozo de cristal pulido, algo que creamos, los ojos de una persona que nos quiere, un libro, una película, una obra de teatro.
Cuenta mi abuela que para ella la vejez siempre estuvo lejos. Cuenta que cuando era niña, sus hermanas mayores le parecían viejas. Que ella fue haciéndose mayor, sintiéndose siempre niña a pesar de la guerra, del duro trabajo del campo que te llena las manos de grietas y la cara de arrugas. Cuenta que un día, pasados los setenta años, se puso a escribir sobre sus recuerdos. Que fue entonces cuando se miró al espejo, y por primera vez, se sintió vieja.
Cirque Deja Vú es una historia construida de recuerdos, los que va atesorando Fausto para contárselos en su visita diaria a su amigo Anselmo, que ha perdido la memoria. Fausto sostiene una lucha cotidiana contra el olvido por recordarle quién es, lo que le mueve, lo que le apasiona, por hacerle revivir la vida que compartieron como artistas circenses.
Nosotros les acompañamos en un viaje a su juventud. Asistimos a los números clásicos del circo: nos reímos, soñamos, aplaudimos, gritamos. Los actores (magníficos) hacen desfilar ante nuestros ojos a todos los personajes del imaginario circense: payasos, equilibristas, domadores, faquires… combinando títeres, sombras chinescas, juguetes de madera…
Una historia sobre la identidad, la vejez, los recuerdos, la fragilidad, la amistad. Un espejo en el que mirarnos y re-conocernos.

Cirque Dejá Vu
Compañía teatral La Baldufa
Dirección: Ramon Molins i Luis Zornoza Boy
Actores: Anselmo (Carles Benseny o Carles Pijuan) y Fausto (Enric Blasi o Emiliano Pardo)

Recomendada a partir de 4 años

lunes, 22 de febrero de 2010

jugar jugar jugar

Una de las mejores cosas de ser madre es recuperar la posibilidad de jugar. No sé en qué momento de la vida perdí el interés o las ganas, o quizás gané en vergüenza. Pero el caso es que dejé, de repente, los juegos. Sí, vale: alguna partida ocasional al Scrabble, o al Trivial en alguna reunión familiar. Pero poco más. Nada de saltar charcos, de jugar a la rayuela, a la goma, a la quema. Nada de construcciones. Ni siquiera puzzles.

Cuando nació mi primer hijo, recuperé las ganas de jugar. De hacer pedorretas, de cantar canciones, de perseguirte por la casa. De columpiarme y bajar por un tobogán. De embarrarme, de hacer castillos en la arena. Y ya el pudor no tiene sentido, porque uno tiene la coartada perfecta: está jugando con su hijo. En mi caso, no se trata sólo de compartir un tiempo, un espacio y un interés con él, con ellos. También se trata, simple y llanamente, del placer de jugar.

Ahora mis hijos han crecido medio metro, y las posibilidades aumentan: juegos de palabras, de ingenio, de memoria, de estrategia. Cuando yo era pequeña, en mi casa apenas se jugaba a juegos de mesa. Como mucho, alguna partida al parchís y o a las cartas con mi abuela. Así que ahora, a través de la librería y de mis hijos, los he redescubierto.

Y de juegos, precisamente, quería hablar en este post. De unos juegos fantásticos que acabamos de recibir, y a los que estamos ya enganchados. Hay más, pero hoy quería hablaros, sobre todo de dos.

Colomo es un juego en apariencia sencillo: 60 fichas de madera con los colores del arcoiris, y un dado. Sin embargo, tiene muchas posibilidades. Con él se puede jugar a 12 juegos diferentes de memoria y estrategia, solo o acompañado. Todavía sólo hemos tenido oportunidad de jugar a cinco de ellos, y cada miembro de la familia tiene ya su preferido.


Gato negro es una especie de juego de trileros para niños. Un juego de memoria, en el que cinco objetos (un queso grande, un pequeño, un trozo de chocolate, un trozo de bacon y un gato) se esconden debajo de cinco sombreros. Uno de los jugadores oficia de maestro de ceremonias moviendo los sombreros y los demás deberán adivinar dónd está el... e intentar que no les atrape el gato. Varias rondas, cada una con unas normas diferentes. Teatral y divertido.

Hay más juegos, de los que os iremos hablando poco a poco. Un diseño sencillo pero efectivo, en cajas pequeñas, con muchas posibilidades.

¡Hagan juego!

(estos y otros juegos están disponibles en nuestra página web, en la sección jugar en familia)

domingo, 31 de enero de 2010

de cómics y otros seres desconocidos

Tengo que reconocer que nunca he sido una gran lectora de cómics. Claro que leía los mortadelos, los zipizapes, los tintines y los astérix que caían en mis manos; en realidad, siempre leo todo lo que tenga letra, hasta la composición del champú cuando estoy en la ducha. Pura manía. Pero realmente nunca he disfrutado en exceso leyendo tebeos. Me avergüenza reconocer que hasta me pierdo a veces con el orden de las viñetas.
Pero llega Olalla a mi vida y a mi librería. Olalla no es sólamente amante de los cómics. Es su trabajo y su pasión. Y claro, se toma como misión personal que empiecen a gustarme. Y me da a leer Maus, que me devoro en una mañana sin poder soltarlo. Y pone en mis manos Los juncos, de Sandra Uve, que me impresiona por su honestidad. Y me atrevo a escoger La perdida, de Jessica Abel, que me traslada a mis días en México. Y luego llegan Píldoras azules, El gato del rabino, Historias color tierra, Blankets. Y descubro que no sólo no había descubierto el mundo vasto y plural del cómic. Descubro, sobre todo, que el cómic es un lenguaje, una forma de expresión que no me gustaba, no me llegaba, o no me emocionaba porque la desconocía. Desconocía su lenguaje, sus códigos, sus entresijos.

Olalla me contaba hace poco una anécdota que tuvo lugar mientras ella estaba trabajando en la librería. Una madre llega con su hijo para elegir los libros para las vacaciones. El niño, de unos nueve años, se dirige directamente hacia los cómics. Escoge uno, y mira suplicante a su madre. Ella le dice: "Vale, puedes llevártelo. Pero ahora escoge un libro de verdad".
Me siento identificada con Olalla, como librera, pero también con esa madre. No es la primera vez que me veo a mí misma intentando que mi hijo lea una novela y deje de leer cómics todo el día. Luego doy marcha atrás, por supuesto. Soy consciente de que el cómic requiere una lectura compleja, no lineal; que necesita de un aprendizaje, de una práctica lectora; que te da referencias culturales, artísticas, históricas. Simplemente, hemos oído demasiadas veces que los tebeos son una lectura menor. Y hemos acabado por interiorizarlo hasta tal punto, que es difícil que se no te escape. Como con tantas otras cosas.

Además de los clásicos del Superhumor, de Tintin, Astérix y los superhéroes de Marvel, hay muchas otras opciones para adentrarse en el mundo del cómic. Es especialmente reseñable la colección Mamut que ha editado Bang, para niños y niñas a partir de tres años. He aquí algunos títulos que nos gustan:


La caca mágica, de Sergio Mora. Mamut, 2009

Un niño disfrazado de conejo duerme la siesta debajo de un árbol hasta que un pajarito le despierta y se transforma en su peor pesadilla... ¿será un sueño?

a partir de 3 años



Astro-ratón y bombillita. Parece que chispea. Fermín Solís. Bang, 2008

Astro-ratón y sus amigas, Bombillita y Caca, recorren el espacio en busca de aventuras.

a partir de 6 años, o para empezar a leer solos




Babymouse. Jennifer Holm. Molino, 2008
Babymouse es una ratoncita con una imaginación desbordante, que le lleva a meterse en más de un lío en el colegio...
a partir de 7 años

Bone. Jeff Smith. Astiberri
Una serie genial de aventuras de fantasía épica en siete volúmenes.
a partir de 9 años


La montaña mágica. Jiro Taniguchi. Ponent Mon, 2009
Kenichi y su hermana Sakiko pasan el verano en casa de sus abuelos, porque su madre está gravemente enferma. Abrumado por la tristeza y los recuerdos, Kenichi vaga por las ruinas del castillo de la montaña, sobre las que pesa una leyenda... Una historia hermosa y colorista entre lo real y lo fantástico.
a partir de 11 años