Como todos los niños, una vez quise tener un perro. Recuerdo la emoción que sentí cuando mis padres me llevaron al aeropuerto a recoger a un amigo que llegaba en un avión. Era un cachorro al que bauticé Paul, por el Beatle preferido de mi padre.
Como todos los niños, pronto descubrí que tener un perro suponía mucho más de lo que esperaba. Lo descubrí en el momento exacto en que destrozó el tercer rollo de papel higiénico del baño. Nunca llegué a entender por qué no hacía como el cachorrito del anuncio, llevándolo delicadamente por toda la casa.
Fue entonces cuando decidí que las únicas mascotas que quería tener en mi vida eran libros.
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