domingo, 31 de enero de 2010

de cómics y otros seres desconocidos

Tengo que reconocer que nunca he sido una gran lectora de cómics. Claro que leía los mortadelos, los zipizapes, los tintines y los astérix que caían en mis manos; en realidad, siempre leo todo lo que tenga letra, hasta la composición del champú cuando estoy en la ducha. Pura manía. Pero realmente nunca he disfrutado en exceso leyendo tebeos. Me avergüenza reconocer que hasta me pierdo a veces con el orden de las viñetas.
Pero llega Olalla a mi vida y a mi librería. Olalla no es sólamente amante de los cómics. Es su trabajo y su pasión. Y claro, se toma como misión personal que empiecen a gustarme. Y me da a leer Maus, que me devoro en una mañana sin poder soltarlo. Y pone en mis manos Los juncos, de Sandra Uve, que me impresiona por su honestidad. Y me atrevo a escoger La perdida, de Jessica Abel, que me traslada a mis días en México. Y luego llegan Píldoras azules, El gato del rabino, Historias color tierra, Blankets. Y descubro que no sólo no había descubierto el mundo vasto y plural del cómic. Descubro, sobre todo, que el cómic es un lenguaje, una forma de expresión que no me gustaba, no me llegaba, o no me emocionaba porque la desconocía. Desconocía su lenguaje, sus códigos, sus entresijos.

Olalla me contaba hace poco una anécdota que tuvo lugar mientras ella estaba trabajando en la librería. Una madre llega con su hijo para elegir los libros para las vacaciones. El niño, de unos nueve años, se dirige directamente hacia los cómics. Escoge uno, y mira suplicante a su madre. Ella le dice: "Vale, puedes llevártelo. Pero ahora escoge un libro de verdad".
Me siento identificada con Olalla, como librera, pero también con esa madre. No es la primera vez que me veo a mí misma intentando que mi hijo lea una novela y deje de leer cómics todo el día. Luego doy marcha atrás, por supuesto. Soy consciente de que el cómic requiere una lectura compleja, no lineal; que necesita de un aprendizaje, de una práctica lectora; que te da referencias culturales, artísticas, históricas. Simplemente, hemos oído demasiadas veces que los tebeos son una lectura menor. Y hemos acabado por interiorizarlo hasta tal punto, que es difícil que se no te escape. Como con tantas otras cosas.

Además de los clásicos del Superhumor, de Tintin, Astérix y los superhéroes de Marvel, hay muchas otras opciones para adentrarse en el mundo del cómic. Es especialmente reseñable la colección Mamut que ha editado Bang, para niños y niñas a partir de tres años. He aquí algunos títulos que nos gustan:


La caca mágica, de Sergio Mora. Mamut, 2009

Un niño disfrazado de conejo duerme la siesta debajo de un árbol hasta que un pajarito le despierta y se transforma en su peor pesadilla... ¿será un sueño?

a partir de 3 años



Astro-ratón y bombillita. Parece que chispea. Fermín Solís. Bang, 2008

Astro-ratón y sus amigas, Bombillita y Caca, recorren el espacio en busca de aventuras.

a partir de 6 años, o para empezar a leer solos




Babymouse. Jennifer Holm. Molino, 2008
Babymouse es una ratoncita con una imaginación desbordante, que le lleva a meterse en más de un lío en el colegio...
a partir de 7 años

Bone. Jeff Smith. Astiberri
Una serie genial de aventuras de fantasía épica en siete volúmenes.
a partir de 9 años


La montaña mágica. Jiro Taniguchi. Ponent Mon, 2009
Kenichi y su hermana Sakiko pasan el verano en casa de sus abuelos, porque su madre está gravemente enferma. Abrumado por la tristeza y los recuerdos, Kenichi vaga por las ruinas del castillo de la montaña, sobre las que pesa una leyenda... Una historia hermosa y colorista entre lo real y lo fantástico.
a partir de 11 años

3 comentarios:

  1. Wow pero qué bien ¿no?
    ¡Cuántos cómics!

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  2. Enhorabuena por tus posts.Me encantan porque tienen una sensibilidad y expresión exquisita. Ánimo y adelante...

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  3. Y yo me siento identificada contigo, también me crucé un día con Olalla y descubrí un mundo de papel y trazos, y eso que solo compartimos un ratito.

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