Cuando nació mi primer hijo, recuperé las ganas de jugar. De hacer pedorretas, de cantar canciones, de perseguirte por la casa. De columpiarme y bajar por un tobogán. De embarrarme, de hacer castillos en la arena. Y ya el pudor no tiene sentido, porque uno tiene la coartada perfecta: está jugando con su hijo. En mi caso, no se trata sólo de compartir un tiempo, un espacio y un interés con él, con ellos. También se trata, simple y llanamente, del placer de jugar.
Ahora mis hijos han crecido medio metro, y las posibilidades aumentan: juegos de palabras, de ingenio, de memoria, de estrategia. Cuando yo era pequeña, en mi casa apenas se jugaba a juegos de mesa. Como mucho, alguna partida al parchís y o a las cartas con mi abuela. Así que ahora, a través de la librería y de mis hijos, los he redescubierto.
Y de juegos, precisamente, quería hablar en este post. De unos juegos fantásticos que acabamos de recibir, y a los que estamos ya enganchados. Hay más, pero hoy quería hablaros, sobre todo de dos.


Hay más juegos, de los que os iremos hablando poco a poco. Un diseño sencillo pero efectivo, en cajas pequeñas, con muchas posibilidades.
¡Hagan juego!
(estos y otros juegos están disponibles en nuestra página web, en la sección jugar en familia)
Estoy deseando jugar contigo.
ResponderEliminarqué guay!!!!
ResponderEliminara mi tampoco me ha gustado mucho jugar, sólo algo del simbólico y que sigo prácticando a través de hologramas, pero tambien he descubierto, como tú, que se puede redescubrir... trabajo con niños, pero he descubierto que con quien me gusta jugar en relaidad es con semiadultos (aquellos hombres niño de los que se hablaba en el escultismo para muchachos, jajajajaj!)
Jugar es lo único que hace que la vida no sea un aburrimiento, ¿no creen?... y puede hacer de lo aburrido un divertimento. Por ejemplo, a mí me gusta jugar a que las rayas de las baldosas de Hacienda son cuerdas flojas por las que tienes que ir con muuucho cuidado porque abajo está lleno de cocodrilos con la boca abierta y los dientes afilados, así se hace mucho más entretenida la espera para que te den, por ejemplo, un certificado de residencia fiscal. Además tiene una ventaja: la gente estúpida se aleja de ti (eso que te ahorras), y los niños (que son, al menos en un 98% de los casos, mucho más simpáticos y dvertidos que los adultos) se acercan y se unen al juego. A veces también se acerca algún adulto, pero siempre disimulando y de reojo y por ahora nadie se ha atrevido aún a jugar conmigo. También juego a creer que mi príncipe azul, en lugar de rescatarme, se pondrá a jugar conmigo, resbalará, y yo lo salvaré a él; luego la declaración nos saldrá a ambos a devolver y comeremos muchas perdices.
ResponderEliminarNota aclaratoria: Parece que me lo haya inventado, pero es totalmente cierto: en Hacienda, a veces, hay niños y niñas aburridísimos acompañando a sus padres.
Ay, Aitaneta... cómo me gusta siempre todo lo que cuentas. Yo siempre he jugado a inventarme las vidas de mis compañeros de vagón de tren, los pensamientos de los que están sentados en el café mientras yo escribo o hago que leo el periódico, las dolencias de los pacientes de la sala de espera... Claro que imaginar es mucho más discreto. Paso ganas de saltar baldosas (escoger sólo las negras, por ejemplo). Cuando voy con los niños por la calle sí que me animo. Sola todavía no. Pero todo llegará. En ello estoy.
ResponderEliminarA mí me encanta imaginar que alguien me está viendo por un agujerito cuando estoy sola.
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