martes, 19 de abril de 2011

Esos objetos deliciosamente inútiles... una entrevista a Chico Bicalho.


La primera vez que me encontré con las criaturas de Chico Bicalho fue en casa de una amiga. Ella me las mostró, y yo las admiré como objetos de diseño, aunque sin dedicarles demasiado tiempo. Hasta que su hijo mayor, asombrado de que yo no hubiese tenido el impulso de hacerlo, empezó a darles cuerda. Y entonces llegó la fascinación.

La fascinación tiene como ingredientes principales la curiosidad, el misterio y, en menor medida, el miedo. Utilizando sabiamente estos tres elementos, en las dosis adecuadas, podemos fabricar algo que produzca fascinación. No, no se emocionen: yo también ignoro la receta exacta. Pero he descubierto que la presencia de una criatura mecánica que se comporta como un ser vivo parece ayudar mucho.

Los autómatas tienen la cualidad de ser a la vez causa y efecto de una fascinación. Nacen de la obsesión de sus creadores por atrapar aquello que no comprenden, por imitar la perfección de la naturaleza y reproducirla. Al mismo tiempo, provocan en aquellos que los contemplan la necesidad de hacerlos moverse una y otra vez para intentar entender el secreto que esconden. Es como observar repetidamente el truco de un prestidigitador, intentando comprender cómo lo hace, pero sin dejar de sentir un asombro entusiasmado.

Al fin y al cabo, una de las acepciones que recoge el diccionario en la definición de fascinación es “engaño o alucinación”. Los autómatas más famosos de la Historia, aquellos que no sólo reproducían los movimientos animales y humanos, sino que además alardeaban de reproducir sus funciones, tenían, finalmente, truco. Es el caso del Pato con aparato digestivo de Vaucanson, un pato de cobre formado por más de cuatrocientas piezas móviles que podía, entre otras cosas, batir sus alas, graznar, beber, comer grano y –supuestamente, y aquí estaba el truco - defecar. Algo parecido ocurría con El turco, un autómata que se hizo famoso por batir jugando al ajedrez a las grandes personalidades del siglo XVIII, y que en realidad era accionado por el mejor ajedrecista de la época a través de un complejo sistema de imanes.

Los autómatas de Chico Bicalho son también fruto de la fascinación de su creador por la naturaleza y sus criaturas.Sus mecanismos están al aire, para que no tengamos ninguna duda de que en este caso, no hay truco. Sin embargo, están llenos de magia.

Desde que los tengo en la librería, he tenido la ocasión de observar a cientos de personas de todas las edades mirarlos, manipularlos, y quedarse extasiados viendo sus movimientos libres e irregulares. Y entonces surgen las preguntas: ¿Habrá encontrado este artista brasileño la receta exacta de la fascinación? ¿Cómo es posible que sus criaturas conquisten a grandes y pequeños por igual?

Para satisfacer nuestra curiosidad, intentar desvelar parte del misterio y disolver el miedo -sin perder ni un ápice de fascinación- hemos charlado con Chico Bicalho, esperando que nos diese algunas claves para entender su arte. He aquí el resultado.


¿De dónde te viene la inspiración para crear tus robots?

Nací en Río de Janeiro, una ciudad grande como muchas otras pero con una característica interesante: está rodeada por el bosque urbano más grande del mundo, el Bosque Tijuca, un parque nacional. Además de amplias zonas de bosque y hermosas montañas de granito –la más famosa es Pan de Azúcar-, Río tiene también las playas urbanas más bonitas del mundo. Así que he sido afortunado por haber crecido en una gran ciudad con tanta naturaleza a su alrededor. En Río no es extraño ver diferentes especies de colibríes, loros, tucanes y una gran variedad de insectos exóticos. Si uno se aventura en calles más remotas, encuentra erizos, osos hormigueros, armadillos y otras criaturas curiosas para una ciudad.

Cuando tenía siete años, mi madre compró una casa de campo en un valle de las montañas, en la región de Petrópolis donde ella había nacido y vivido hasta la adolescencia. Esta casa, que está ahora a mi cargo, es fuente de gran parte de mi investigación informal sobre la “vida salvaje” de la naturaleza. Los animales que pasean por el patio son asombrosos, de una variedad infinita. He visto tantas criaturas fantásticas, y año tras año aparecen otras nuevas que me siguen sorprendiendo. El Bosque Atlántico, uno de los más ricos en variedad de especies de plantas y animales del planeta es, sin duda, lo más importante en mi vida, y he tenido la suerte de tener la oportunidad de estar cerca de él. Siento que estoy rodeado de inspiración por todas partes.

Entonces, ¿tus criaturas están basadas en modelos de la naturaleza, como los antiguos autómatas?

Sí. Desde siempre, desde que era pequeño,me han fascinado los animales de todo tipo, especialmente los “diferentes” y los que no son suaves ni adorables. Mis padres me decían que yo estaba fascinado por los animales cuando todavía era un bebé, especialmente por las lagartijas que caminaban por las paredes; y cuando aprendí a hablar les dije que me encantaba aquél animalito que era así… y me tumbé en el suelo con las manos abiertas. Me encantan las salamanquesas y todo tipo de insectos, como los escarabajos irisados -muy comunes en los bosques tropicales de Brasil-, los mamíferos extraños como los osos hormigueros, los perezosos, y también los rinocerontes y los pulpos que veía en la tele cuando era pequeño. La verdad es que me gustan todo tipo de animales, pero mi punto débil siempre han sido los animales que no son admirados por ser “lindos”, que la gente considera “extraños” de un modo muy superficial. Por poner algunos ejemplos: Creo que los murciélagos son tan hermosos (e importantes) como los colibríes; ambos me fascinan por igual. Algo parecido me ocurre con las arañas y las mariposas. Me gusta pensar que todos los animales salvajes tienen la misma importancia para el planeta.

Creo que todos mis “bichos de cuerda”, reflejan de alguna manera todo el interés que me producen los “animales olvidados”, y transmiten esa fascinación que tengo por ellos. Me encantan, por ejemplo, los pequeños e insignificantes insectos marrones, con sus pequeñas antenas, y paso mucho tiempo observando cómo se mueven. De hecho, no me gusta tocar los insectos o manipularlos (no soy del tipo biólogo), porque estoy seguro de que a ellos no les gustaría que yo les tocase. Simplemente los observo, y a menudo coloco un trozo de papel delante de ellos –si están dentro de mi casa-, les dejo subirse a él y los llevo fuera, a una hoja, para que puedan encontrar un compañero apropiado para procrear.

¿Eras un niño creativo, o es algo que has ido desarrollando con la edad?

De niño hacía algunas cosas un tanto diferentes en términos artísticos. Producía pequeños objetos, casi siempre trabajaba en tres dimensiones. Hacía, por ejemplo, raras tumbas para los pollitos que me regalaban en las ferias, o para las lagartijas muertas. También fundía plomo en la cocina de casa y forjaba cosas inventadas, jugaba con mercurio de termómetros rotos y otras cosas malísimas para la salud.

¿Cuál fue tu primera creación, la primera vez que sentiste que estabas haciendo arte?

En los años 60, el periódico “O Jornal do Brasil” publicó una estadística que estimaba que existían seis ratas por cada ciudadano de Río de Janeiro. Al día siguiente, Millôr Fernandes, escritor del mismo periódico, declaró: “¡Alguien tiene doce ratas porque yo no tengo ninguna!”. En diciembre de 1965, yo tenía 5 años recién cumplidos y me cambié con mis padres a una casa ubicada al final de un callejón sin salida, en Río. Una mañana, justo después de terminar la mudanza, salí a la calle y me encontré con media docena de ratas de alcantarilla muertas, envenenadas, tiradas en la calle. En aquel momento yo no era consciente pero aquellas serían “mis seis ratas”. Entré corriendo en mi casa, cogí un bote nuevo de spray plateado, volví a la calle y pinté meticulosamente todas las ratas con él. Aquello me pareció fascinante, como si las ratas se hubiesen convertido en objetos de metal brillante; quedaron como “nuevas”. Cuando se las llevó el barrendero, la mancha de color plata alrededor de cada animal permaneció, y dentro de ellas, el perfil intacto de cada rata, como si fuera la escena de un crimen. Todavía tengo esta imagen perfectamente grabada en mi memoria, tanto la de las ratas plateadas como la de las manchas en el suelo con el perfil exacto de cada animal en distintas posiciones, como un negativo fotográfico.

La mayoría de los creadores de autómatas han sido relojeros, mecánicos, científicos o filósofos. ¿Cómo fue tu proceso de formación artística? ¿De qué disciplina partiste?

Como para mí siempre ha sido más fácil trabajar con objetos, terminé interesándome en hacer escultura. A principios de los años 80 estudié en la Rhode Island School of Design, en Nueva York. Rápidamente dejaron de interesarme las cosas que se consideraban “bonitas”, y descubrí que me interesaba más el azar, ya que juntaba las sobras de los recortes de alumnio, cartón, y experimentaba de distintas maneras con materiales que encontraba en la basura, fundición de bronce, pintura… Y el trabajo iba haciéndose cada vez más bi-dimensional, aunque yo siempre pensaba en términos de escultura. Mi interés por la fotografía surgió como otra manera de hacer escultura. Así que después de licenciarme por la RSID, cursé el Máster of Fine Arts de Fotografía de Nueva York, que fue un tanto aburrido, porque echaba de menos combinar la fotografía con la escultura. Trabajé en el estudio de Annie Leibowitz y pasé muchas horas metido en el Metropolitan Museum.


¿Cómo nació el primer Critter?

El primer Critter se me ocurrió mientras trabajaba en el estudio de mi amigo David Dear, en Nueva York, en 1992. Habíamos comprado unos motores con un peso giratorio en el medio, en un almacén de saldos industriales llamado “Canal Surplus”. Tenían más de veinte mil unidades de unos motorcitos japonenses sin usar desde hacía más de cincuenta años y que habían sido creados para unos artículos de broma que representaban una dentadura saltarina. Compramos media docena a 50 céntimos cada uno, y los tuvimos rodando por el estudio una temporada. Recuerdo que me gustaba darles cuerda y dejarlos libres por la mesa, para verlos girar, caerse y hacer piruetas. Una noche se me ocurrió la idea de soldarle cuatro patas de alambre a uno de los motores, y así nació Critter. Más tarde, llevamos muestras a una tienda de Manhattan, que nos hizo nuestro primer pedido: 12 unidades. Así que tuvimos que hacerle algunas mejoras, refinarlos un poco: básicamente modificar la curva del alambre y colocarles unas pequeñas “puntas de muleta” con forma de tubo de ensayo, pero que al ponerlos en los alambres curvados asumieron la forma de unas diminutas “botitas”. Y esas botitas son hoy en día una especie de marca de todos los bichos de cuerda que he diseñado.

¿Entonces tú solo fabricabas todos los Critters?

Sí. Fue así como empezó mi carrera como “fábrica de un solo hombre”, cuando los Critters se vendían en sólo tres tiendas de Nueva York: en la MXYPLYZYK, en el museo Guggenheim, que distribuía en la antigua tienda de Broadway, y en la tienda del propio museo. Entre 1992 y 1997 aprendí muchas cosas interesantes. Aprendí por ejemplo a meditar, y no fue algo intencionado, pero hoy me doy cuenta que todo el proceso de repetición de los movimientos y la constancia en los gestos, ayudaban a mi mente a vaciarse y a despegarse de aquella situación que, en un principio, podía aburrirme. Aprendí a organizarme con precisión, colocando en el sitio preciso las herramientas sobre la mesa de trabajo, para apenas tener que extender el brazo para coger el alicate sin mirar. Cuando tenía que repetir un movimiento 500 veces en una tarde esto era esencial. Solamente para las patas, he calculado que hice un mínimo de cuarenta mil operaciones de flexión del alambre para los más de 4.500 Critters “hechos a mano”.

En 1997, KIKKERLAND me propuso la producción de los Critters a escala verdaderamente industrial y acepté. Luego diseñé a Spinney, su hijito, y fue todo un éxito, y así decidimos iniciar la familia de critters, que ahora diseño junto a mi pareja, Isabella Torquato.

¿Por qué decidiste hacer bichos que funcionasen a cuerda y no con pilas, como la mayoría de los juguetes actuales?

Me contaron una cosa graciosa que ocurrió en una feria a la que acudió KIKKERLAND: un niño jugó un rato con uno de los critters, después lo examinó minuciosamente y enseguida le preguntó a su madre: “¿Dónde está la pila?”. Es muy importante para mí que estos objetos sean de dar cuerda y no necesiten pilas. Odiaría saber que miles de pilas serán utilizadas y desechadas para dar movimiento a mis juguetes. Los engranajes y mecanismos son para mí como órganos vitales en movimiento y el hecho de que la cuerda dure un tiempo limitado es importante ya que, de lo contrario, si fuesen movidos a pila, perderían la gracia rápidamente porque serían demasiado “automáticos”. Movidos a cuerda demandan la atención y la participación activa de las personas, ya que el movimiento dura un tiempo limitado que se va acabando poco a poco, como una vida cortita, y tenemos que interactuar para que haya movimiento nuevamente. Cuando alguien les da cuerda, de alguna manera, les da vida a estos bichos y, de cierta forma, todo juguete de dar cuerda tiene encanto en este sentido.

¿Cómo es el proceso de creación de un nuevo “bicho de cuerda”? ¿Es más importante el diseño del objeto o lograr un movimiento determinado?

Cuando Isabella y yo creamos los bichos de cuerda, en principio, no los vemos como “juguetes”, por más que de hecho lo sean. La idea principal es que su movimiento y sus comportamientos sean imprevisibles, por más mecánicos que sean. Los productos que tienen movimiento generado por la vibración provocada por la oscilación de un peso que gira excéntricamente ya están provistos de esta imprevisibilidad intrínseca, una vez saltando hacia un lado, otra hacia el otro y muchas veces a punto de volcar. Estéticamente, la intención es que cada producto sea puramente mecánico, teniendo como únicos adornos la llave de su cuerda, las botitas y algunas veces el color. Es importante que haya un área indefinida entre lo mecánico y lo orgánico; esencialmente son insectos-robot que hacen reír a las personas. El objetivo principal es que cada producto tenga un comportamiento, aunque no tenga una apariencia de diseño gracioso. Es más, tenemos un compromiso de no trabajar demasiado en el “diseño” de estos objetos, dejando que el lado máquina de cada producto sea más importante y que su movimiento sea el que haga alusión a un ser vivo. El Critter fue descrito por Allan Chocinov como: “no form following no function” (ninguna forma siguiendo ninguna función), y consideramos que esto expresa precisamente la esencia del concepto de cada uno de estos productos.


¿Qué técnicas utilizáis para diseñar los critters?

El proceso de creación de estos productos nunca se repetía de uno a otro, cada uno acababa siendo desarrollado de una manera propia. El Critter fue hecho por “clonación”, a partir del original; Spinney fue integralmente hecho por descripción verbal de un texto enviado por fax; Katita fue un término medio entre el objeto en sí y el diseño en Quark; Bonga fue todo en Quark; ZéCar en AutoCAD; y más adelante, para Awika utilizamos fotos y montajes en Photoshop. Según íbamos evolucionando, aprendíamos modelado en 3D con programas sofisticados. Aprendimos un poco de animación digital, como fue en el caso de Le Pinch, para el que fue fundamental mostrar el movimiento por simulación de la animación antes de cualquier cosa. Hoy en día vale ya casi todo. Se puede empezar con el modelado 3D, dar continuidad con fotos y fotomontaje poniendo muchas flechas, circulitos y mil anotaciones seguidos de interminables textos y explicaciones por e-mail. El prototipo para Bonga fue generado en un viaje en clase económica de un vuelo de United Airlines, entre Sao Paulo y Nueva York. Por aquel entonces estaba permitido embarcar en cabina con alicates y trozos de alambre. Bonga fue materializado en producto recurriendo al Quark como herramienta de dibujo y hoy tiene un sitio especial en mi corazón, porque me involucré en su proceso de creación de forma especial. Quizás por la lentitud de su alzado en Quark, la dificultad para expresarme en este medio, la manera rudimentaria de generar las imágenes, intentando representar en 3D los dibujos técnicos, con un resultado entrañable y humilde que refleja el comportamiento y la personalidad de Bonga, que tiene una enorme tenacidad para escalar pequeños obstáculos con sus patitas giratorias haciendo “fuerza”, su lentitud. A mí me da un poco de pena Bonga, no sé bien por qué, pero el esfuerzo que hace, sus patitas pequeñitas y su lentitud me conmueven. Él plasma muy bien el cariño que tengo por la criaturas olvidadas, incluso porque Bonga no es una es tan popular como Awika.


Zécar es el que menos se parece a un animal, ¿verdad?

Sí. Mi amigo Guga Casari y yo desarrollamos el ZéCar específicamente para generar fondos para financiar el proyecto de reforestación Mil Folhas. Gracias Zécar y a Kikkerland hemos conseguido plantar, desde el año 2000, por lo menos ciento veinte mil esquejes de más de ochenta especies diferentes de árboles de Bosque Atlántico. Centenares de niños de la escuela pública de Petrópolis participan en el proyecto, aprendiendo y enseñando a sus padres y familiares la importancia de preservar y recuperar el medio ambiente. En nuestro sitio web hay más información sobre el proyecto: www.projetomilfolhas.com

Los autómatas siempre han simbolizado la tensión, la dicotomía entre lo natural y lo artificial. ¿Definirías a tus criaturas como animales o como máquinas?

Creo que el Critter, y todos los demás bichos de cuerda, reflejan de alguna

manera el profundo interés y el amor que siento por estos animales que no tienen ningún “atributo especial”. Por que el Critter y el resto de los bichos, esencialmente no tienen atributos especiales: no tienen formas exuberantes, y son fundamentalmente objetos sin diseño, “desnudos”, simplemente un motor con patas de alambre y unas botitas que hacen que se muevan de forma impredecible. E increíblemente, con esa simplicidad son capaces de entretener a gente de todas las edades, y estoy orgulloso de ello. Me hace feliz.

Ha habido gente que me ha venido algunas veces con sugerencias, como ponerles un “cuerpo”, como un “cuerpo de araña”. Pero estas personas no han sido capaces de darse cuenta de que el hecho de que este producto no tenga “cuerpo”, es lo que hace que la gente confunda en su subconsciente entre una máquina y un animal. ¿Son robots? ¿Son animales? La ambigüedad es lo que les da a estos animales una especie de “alma primitiva. Y sospecho que esta es una de las razones por las que suscitan tanto interés en gente de todas las edades.

Entrevista: Lara Meana

Traducción del portugués: Eduardo Gomes

Artículo publicado en Educación y Biblioteca en diciembre de 2009.

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